El guante está lanzado.
Contradicciones y paradojas
En los últimos tiempos nos estamos encontrando con una avalancha de declaraciones que insisten en la necesidad de cambiar el fútbol y convertirlo en un espectáculo más atractivo para las nuevas generaciones.
Directivos de clubes, organizadores de competiciones y grandes gurús de la tecnología advierten del riesgo que implica que los jóvenes tomen distancia del juego, apelando a su predilección por estímulos inmediatos y que no precisen de un alto grado de concentración. Resumiendo... Netflix, TikTok o la Kings League son ahora los grandes rivales de aquellos que manejan el negocio.
Sin embargo, en Valladolid comprobamos que la afición al fútbol es cada vez mayor, que el club bate sus récords de abonados año tras año, que la ciudad se llena de camisetas blanquivioleta y que, en la mayoría de los casos, son los más pequeños los que “obligan” a sus padres a llevarlos a Zorrilla. Y esta situación no es única, sino que se repite por el resto del país y del continente.
De hecho, antiguos directivos del Real Valladolid asisten perplejos y sin disimulada envidia a la evolución de una afición que ha pasado, en poco más de dos décadas, de tener apenas 8.000 abonados con el equipo clasificado para jugar competición europea a superar los 20.000 en Segunda División. Inexplicable. Y más aún para aquellos más veteranos que han asistido y sufrido desde su asiento de Zorrilla una trayectoria que ha traído muchas más tristezas que alegrías deportivas.
Por si esto fuera poco, y si nos fijamos sólo en el negocio, la Liga insiste en que los clubes están cada vez más saneados, la compra de niños futbolistas por cantidades astronómicas ya es una norma, los sueldos se mantienen en cifras millonarias, la guerra por los derechos de televisión no cesa y, que a nadie se le pase por alto, la llegada de fondos de inversión al mundo del fútbol es más que una realidad, tanto en la propiedad de clubes como de los propios jugadores. ¿Alguien puede dudar de que este tipo de inversores daría un solo paso si no tuviera la absoluta seguridad de la rentabilidad de la apuesta?
Así las cosas, es evidente que el mundo ya ha cambiado, que los estímulos se multiplican y que la competencia en el ocio es cada vez mayor; del mismo modo que los amigos y las familias organizan bodas, cambian cenas y marcan sus eventos condicionados por un partido de fútbol. Eso, no ha cambiado.
Igualmente, tampoco ha variado la inagotable ambición de los que manejan el negocio, que no se conforman con saturar el calendario con nuevas competiciones que colaboran decisivamente a multiplicar las lesiones de los futbolistas, sino que se convierten en agoreros que anuncian el fin de un deporte que sigue contando con instituciones que manejan presupuestos muy superiores a los de un buen número de países del mundo.