El guante está lanzado.
LA CASA POR EL TEJADO
La llegada de Ronaldo Nazario de Lima a la mayoría del accionariado del Real Valladolid generó una sobredosis de euforia entre la masa social del club blanquivioleta, como pocas veces había sucedido en la ya casi centenaria vida de la entidad. “O Fenómeno” representaba un ilusionante cambio de tendencia con su promesa de consolidar al equipo en primera división, dejando atrás los sufrimientos de las últimas temporadas para mantener la categoría.
Pero pronto se pudo apreciar que el nuevo presidente estaba más pendiente de mejorar el continente antes que el contenido, invirtiendo más de 8 millones de euros en la remodelación del estadio, ampliando su capacidad, instalando un césped pionero en España y dotando al Nuevo Zorrilla de una iluminación de primerísimo nivel.
Incluso abrió una oficina en Madrid con el propósito de expandir la imagen de marca del Real Valladolid al mundo entero, aprovechando la popularidad que aún conserva el que fuera uno de los mejores delanteros de la historia del fútbol. O sea, que empezaba la casa por el tejado, ya que la necesaria remodelación de la plantilla se limitaba al fichaje estelar del chileno Fabián Orellana quien, con 35 años, se encontraba en el tramo final de su dilatada carrera profesional, y a la llegada del ariete Weissman, avalado por su condición de máximo goleador de la Liga austriaca.
El resto, remiendos o futbolistas de perfil bajo que no aportaron lo suficiente para terminar con el sobresalto habitual de llegar al final del campeonato con el agua al cuello. Varios meses antes de la conclusión de la Liga, el equipo ya mandaba inequívocas señales de sus carencias y el entrenador de su incapacidad para enderezar el preocupante sesgo que tomaban las cosas.
Ronaldo y sus consejeros prefirieron ponerse de perfil, no hacer nada y esperar que una racha de vientos favorables pudieran despejaran el preocupante panorama. Tremendo error. El Pucela se iba irremediablemente a pique, sin que Sergio González lograse enderezar el rumbo, ni el amplio equipo de la Dirección Deportiva encontrara los refuerzos que se precisaban en el mercado de invierno.
Miguel Ángel Gómez no ha estado a la altura de las necesidades del club y, pese a tener contrato en vigor, ha sido destituido, como el propio entrenador, al día siguiente de consumarse el descenso a segunda división. Dos de los responsables del triste desenlace ya han pagado las consecuencias de sus errores.
Ahora falta que el presidente asuma los suyos, especialmente el de haber empezado a construir la casa por el tejado, en lugar de poner unos cimientos sólidos que son imprescindibles para ese ilusionante futuro que él prometió cuando llegó a la poltrona, previo desembolso de 30 millones de euros.