El guante está lanzado.
Mi pelotari de cabecera
Nunca olvidaré esa llamada de mi compañero y amigo David García en la que me decía: “¿Te has enterado lo de Carlos?”, “¿Qué Carlos?”, “¡Carlos Baeza!, está fatal”. A partir de ese momento mi cerebro no era capaz de asimilar la información que me llegaba sobre el estado de salud del que era mi comentarista y mi maestro de la pelota vasca desde hace varias temporadas.
Cuando tuve la oportunidad de comenzar a narrar partidos de pelota en Ïscar, yo no conocía a Carlos Baeza. Grave error por mi parte, al tratarse de uno de los hombres de referencia de este deporte, no sólo en Castilla y León sino en toda España. Por fortuna, solo necesité unos minutos para darme cuenta de que a mi lado estaba una auténtica enciclopedia viva y un apasionado de su deporte.
Baeza era hijo del mítico Luis Baeza y padre del campeonísimo Carlos Baeza. Pero él no se conformó con vivir de las rentas de antepasados o herederos. El quería que su pelota vasca estuviera más viva que nunca. Por eso era inconformista, polémico y una persona que tenía, casi a partes iguales, detractores y admiradores.
Solo necesitó unos minutos en el primer “CyL En Juego” que hicimos juntos, al que por supuesto llegó con el tiempo justo, para explicarme lo que había que hacer para reactivar la liga, la Copa y todas las competiciones que le propusieran. Luego recordé que Carlos Baeza era aquel señor que, sin conocerme absolutamente de nada, me asaltó años antes en una gala de la prensa deportiva de Segovia -a la que asistí como presidente de la APDV-, para “reñirme” porque los medios de Valladolid “no daban bola” a los éxitos del Puertas Bamar. Ese era Carlos.
Han sido varios años en los que hacer un partido de pelota con Carlos era un verdadero disfrute. Gracias a él, he podido conocer a gente maravillosa, aprender de grandes jugadores, ver los partidos como el solo los veía, visitar lugares tan mágicos como el Labrit de Pamplona (cumpliendo la promesa que un día le hice a mi abuelo Faustino) y, en definitiva, recuperar la ilusión que me inculcó mi padre cuando yo era un chaval y me llevaba a jugar a paleta los domingos por la mañana.
Mi último mensaje en el móvil que tengo con Carlos fue hace un par de semanas para felicitarle por su 59 cumpleaños. Me contestó con un “gracias maestro”, que ahora vuelvo a leer con vergüenza. Maestro era él dentro y fuera del frontón, y todo el que tuvo la oportunidad de conocerlo da fe de ello.
Como ya dije en redes sociales, Carlos siempre llegaba tarde y esta vez se ha ido demasiado pronto. Pero su legado no se irá nunca. Prueba de ello fueron las personas que acudieron al tanatorio de Cuéllar o al funeral en Vallelado. Familiares, amigos o simples conocidos que quisieron estar y dejar pequeños ambos lugares. Todos quisieron recordar el carisma de Carlos, aunque fueran los momentos más duros de una semana que nos ha destrozado el corazón. Ese corazón que llevó a Carlos al quirófano y que nos dejó sin su pasión por la vida y por la pelota. Ese corazón que era TAN GRANDE que al final no lo pudieron trasplantar como el resto de órganos. Así era Carlos. DEP