El guante está lanzado.
NO EN CHÁNDAL, SEÑOR NAZÁRIO
Aunque los despachos me dejaron fuera del partido, sigo dentro del equipo; desde la distancia del sofá de casa, me enfundé mi camiseta de la APDV y encendí La 8 Valladolid para seguir la rueda de prensa del presidente y propietario del Real Valladolid, con el descenso del equipo a Segunda todavía caliente.
La verdad es que podría haberse ahorrado la reunión. El anuncio del despido de Sergio González y Miguel Ángel Gómez causó tanta sorpresa como si nos hubiese descubierto que, después de la noche, amanece. Lo hizo con la desgana del que tiene que resolver un trámite que le fastidia y, quizá por eso, acudió a la cita en chándal, de camino en la compra del pan y el periódico del día.
No tengo nada en contra de esa prenda. La utilizo todos los sábados cuando subo al Pinar a correr con los amigos. Es la herramienta de José Luis Mendilibar, nuestra ‘Leyenda del Pisuerga’ (qué recuerdos la fiesta de su ascenso), pero el de Zaldibar lo lleva como lo hacía la generación de nuestros padres con el mono añil del taller, con la humildad y orgullo del currante. También vemos así a Jürgen Klopp, el carismático entrenador alemán, que acorta distancias con la plantilla y sus ayudantes, diciéndoles sin palabras. “Aquí soy uno más y, si hace falta, me calzo las botas y tiro el penalti decisivo”.
En Nazário de Lima, sin embargo, el chándal me dejó un regusto de altivez tras escuchar el tono de las respuestas con las que despachaba las preguntas de los ‘plumillas’. “Esto es fútbol, amigo”, llegó a decir. Me cuesta verle vestido así en una de las campañas publicitarias del Banco Santander o en sus visitas al palco del Bernabéu.
Esta temporada nos ha transmitido la sensación de que, cuando estaba en Valladolid, bajaba a provincias, y esto explica la distancia sentimental que separa al propietario de la masa social. La ciudad recibió a Ronaldo con el ánimo vivo de querer abrazarle después de unos de esos goles que tanta felicidad nos regaló; también de acarrear esa camilla en la que se retorcía de dolor por los campos de Italia. ‘El Fenómeno’ era nuestro rey mago de verano y ahora es un millonario más que se ha comprado otro club de fútbol. Cambió la sonrisa por el ceño fruncido. Es menos Ronaldo y más Nazário de Lima.
El propietario y presidente desafió a la sala de prensa como si estuviera enfrente de enemigos. No es así. Casi todos los que estaban allí fueron, antes que periodistas, aficionados del Pucela que acudían al Zorrilla con ‘su papá de la mano’, como canta el himno sabinero del Atleti. Sólo quieren el bien del club porque, vamos a ser prosaicos, les va la cazuela en el intento: el Real Valladolid vende más en Primera que en Segunda. Y no se imaginan cómo está el horno de los medios.
Ojalá que algún pucelano del club, si es que queda alguno, le diga al presidente quién fue Gonzalo Alonso, que nos dejó hace casi un año. Varias veces le vi, con él ya muy mayor, comiendo el menú del día en el restaurante Colombo; le llamábamos ‘Zapatines’, pero que nadie se equivoque, era el apelativo entrañable con el que la afición blanquivioleta designaba a uno de los suyos, un hombre que conectaba con los vallisoletanos porque pisaba la calle. Nunca le fallamos cuando nos citaba desde las emisoras de radio. ¿Su recompensa? Esa foto en la que sonríe y aplaude detrás de Pepe Moré con la Copa de la Liga al cielo y, sobre todo, el cariño de la ciudad.
¡Esto es Valladolid, amigo!